Surrealismo
Resumen: Primer Manifiesto Surrealista
La perspectiva de múltiples vidas vividas al mismo tiempo; el hombre hace suya esta ilusión; sólo le interesa la facilidad momentánea, extremada, que todas las cosas ofrecen. Todo está al alcance de la mano, las peores circunstancias materiales parecen excelentes. Luzca el solo o esté negro el cielo, siempre seguiremos adelante, jamás dormiremos.
Pero no se llega muy lejos a lo largo de este camino; aquella imaginación que no reconocía límite alguno ya no puede ejercerse sino dentro de los límites fijados por las leyes de un utilitarismo convencional.
Pero si más tarde el hombre, fuese por lo que fuere, intenta enmendarse difícilmente logrará su propósito. Y ello es así por cuanto el hombre se ha entregado, en cuerpo y alma al imperio de unas necesidades prácticas que no toleran el olvido. Todos los actos del hombre carecerán de altura, todas sus ideas, de profundidad. Bajo ningún pretexto sabrá percibir su salvación. Amada imaginación, lo que más amo en ti es que jamás perdonas.
Únicamente la palabra libertad tiene el poder de exaltarme. Pese a tantas y tantas desgracias como hemos heredado, es preciso reconocer que se nos ha legado una libertad espiritual suma. A nosotros corresponde utilizarla sabiamente. Tan sólo la imaginación me permite llegar a saber lo que puede llegar a ser, y esto basta para mitigar un poco su terrible condena; y esto basta también para que me abandone a ella, sin miedo al engaño (como si pudiéramos engañarnos todavía más). ¿En qué punto comienza la imaginación a ser perniciosa y en qué punto deja de existir la seguridad del espíritu?
Queda la locura, la locura que solemos recluir. Estoy plenamente dispuesto a reconocer que los locos son, en cierta medida, víctimas de su imaginación. Sin embargo, la profunda indiferencia de los locos con respecto a la crítica de que les hacemos objeto, no hablar ya de las diversas correcciones que les infligimos, permite suponer que su imaginación les proporciona grandes consuelos, que gozan de su delirio lo suficiente para soportar que tan sólo tenga validez para ellos. Y, en realidad, las alucinaciones, las visiones, etcétera, no son una fuente de placer despreciable. No será el miedo a la locura lo que nos obligue a bajar la bandera de la imaginación.
Luego de instruir el proceso contra la actitud realista, es imperativo procesar a la actitud realista. En aquélla, más poética que ésta, desde luego, es conveniente ver ante todo una bienhechora reacción contra ciertas risibles tendencias del espiritualismo. Y, por fin, la actitud materialista no es incompatible con cierta elevación intelectual.
Contrariamente, la actitud realista, inspirada en el positivismo, me parece hostil a todo género de elevación intelectual y moral. Le tengo horror por considerarla resultado de la mediocridad, del odio, y de vacíos sentimientos de suficiencia. Se alimenta incesantemente de las noticias periodísticas, y traiciona a la ciencia y al arte, al buscar halagar al público en sus gustos más rastreros; está a altura perruna. Esta actitud llega a perjudicar la actividad de las mejores inteligencias, ya que la ley del mínimo esfuerzo termina por imponerse a éstas. Una consecuencia agradable, en el terreno de la literatura, es la abundancia de novelas.
El estilo puro y simplemente informativo, es casi exclusivo patrimonio de la novela, será preciso reconocer también que sus autores no son excesivamente ambiciosos. No me permiten tener siquiera la menor duda acerca de los personajes. Todas las interrogantes que me plantee quedan resueltas de una vez para siempre. ¡Y las descripciones! En cuanto a vaciedad, nada hay que se les pueda comparar; no son más que superposiciones de imágenes de catálogo, de las que el autor se sirve sin limitación alguna.
La pereza, la fatiga de los demás no me atraen. Creo que la continuidad de la vida ofrece altibajos demasiado contrastados para que mis minutos de depresión y de debilidad tengan el mismo valor que mis mejores minutos.
Y ahora llegamos a la psicología, tema sobre el que no tendré el menor empacho en bromear un poco.
El autor coge un personaje, y, tras haberlo descrito, hace peregrinar a su héroe a lo largo y ancho del mundo. Aunque el oleaje de la vida cause la impresión de elevar al personaje, el personaje siempre será aquel previamente formado. La insoportable manía de equiparar lo desconocido a lo conocido, a lo clasificable, domina los cerebros. El deseo de análisis impera sobre los sentimientos. De ahí nacen largas exposiciones cuya fuerza persuasiva radica tan sólo en su propio absurdo, y que tan sólo logran imponerse al lector, mediante el recurso a un vocabulario abstracto y vago. Si con ello resultara que las ideas que la filosofía se ha ocupado de estudiar, penetrasen definitivamente en un ámbito más amplio, yo sería el primero en alegrarme, pero no es así. Creo que todo acto lleva en sí su propia justificación; el adorno del comentario ningún beneficio produce al acto.
Todavía vivimos bajo el imperio de la lógica, y sin embargo en nuestros días, los procedimientos lógicos tan sólo se aplican a la resolución de problemas de interés secundario. El racionalismo absoluto que solamente puede aplicarse a hechos estrechamente ligados a nuestra experiencia, huelga decir que la propia experiencia está sometida a ciertas limitaciones. La lógica también, se basa en la utilidad inmediata, y queda protegida por el sentido común. So pretexto de civilización, con la excusa del progreso, se ha llegado a desterrar cuanto pueda clasificarse, con razón o sin ella, de superstición o quimera. Al parecer, tan sólo al azar se debe que recientemente se haya descubierto una parte del mundo intelectual, que, a mi juicio, es, la más importante y que se pretendía relegar al olvido. A este respecto, debemos reconocer que los descubrimientos de Freud, que con base en dichos descubrimientos, comienza al fin a perfilarse una corriente de opinión, al quedar la persona autorizada a dejar de limitarse únicamente a las realidades más simples. Quizá haya llegado el momento en que la imaginación esté próxima a volver a ejercer los derechos que le corresponden. Si las profundidades de nuestro espíritu ocultan estas extrañas fuerzas, es del mayor interés captar estas fuerzas, captarlas ante todo para someterlas al dominio de nuestra razón.
Con toda justificación, Freud ha proyectado su labor crítica sobre los sueños, ya que es inadmisible que esta importante parte de la actividad psíquica haya recibido tan escasa atención. Y ello es así por cuanto el pensamiento humano, en la suma total de los momentos de sueño, desde un punto de vista temporal, y considerando solamente el sueño puro, no es inferior a la suma de los momentos de vigilia. El hombre, al despertar, tiene la falsa idea de emprender algo que vale la pena. Por esto, el sueño queda relegado al interior de un paréntesis, igual que la noche. Y, en general, el sueño, al igual que la noche, se considera irrelevante. Este singular estado de cosas me induce a algunas reflexiones, a mi juicio, oportunas:
1. Dentro de los límites en que se produce el sueño es, según todas las apariencias, continuo con trazas de tener una organización o estructura. Únicamente la memoria se irroga el derecho de imponerlas, de no tener en cuenta las transiciones y de ofrecernos antes una serie de sueños que el sueño propiamente dicho. Acaso mi sueño de la última noche sea continuación del sueño de la precedente, y prosiga, la noche siguiente. ¿Por qué razón no he de otorgar al sueño este valor de certidumbre que, en el tiempo en que se produce, no queda sujeto a mi escepticismo? ¿Por qué no espero del sueño más de lo que espero de mi grado de conciencia? ¿No cabe acaso emplear también el sueño para resolver los problemas fundamentales de la vida? ¿Estas cuestiones son las mismas tanto en un estado como en el otro, y, en el sueño, tienen ya el carácter de tales cuestiones?
2. Estoy obligado a considerar al estado de vigilia como una interferencia. Por muy bien condicionado que esté, el equilibrio del espíritu es siempre relativo. El espíritu apenas se atreve a expresarse y, en caso de que lo haga, se limita a constatar que tal idea, tal mujer, le hace efecto. Aquella idea, aquella mujer, conturban al espíritu, le inclinan a no ser tan rígido, producen el efecto de aislarle durante un segundo y convertirle en el bello precipitado que puede llegar a ser, en el bello precipitado que es. ¿Y quién podrá demostrarme que la luz bajo la que se presenta esa idea que impresiona al espíritu, bajo la que advierte aquello que más ama en los ojos de aquella mujer, no sea precisamente el vínculo que le une al sueño?
3. El espíritu del hombre que sueña queda plenamente satisfecho con lo que sueña. La angustiante incógnita de la posibilidad deja de formularse. Déjate llevar, los acontecimientos no toleran que los difieras. Todo de una facilidad preciosa. Me pregunto qué confiere al sueño este aire de naturalidad, y me induce a acoger sin reservas una multitud de episodios cuya rareza me deja anonadado.
4. En el instante en que el lleguemos a tener conciencia del sueño en toda su integridad, en la futura armonización de estos dos estados, aparentemente tan contradictorios, que son el sueño y la realidad, en una especie de realidad absoluta, en una sobrerrealidad o surrealidad, si así se puede llamar. Esto es la conquista que pretendo, en la certeza de jamás conseguirla.
En el ámbito de la literatura únicamente lo maravilloso puede dar vida a obras pertenecientes a géneros inferiores, tal como el novelístico, y, en general, todos los que se sirven de la anécdota. El monje, de Lewis, exalta ante todo, desde el principio al fin, y de la manera más pura que jamás se haya dado, cuanto en el espíritu aspira a elevarse del suelo; y esta obra, una vez una vez despojada de su fabulación novelesca, de moda en la época en que fue escrita, constituye un ejemplo de justeza y de inocente grandeza. El miedo, la atracción sentida hacia lo insólito, el azar, el amor al lujo, son recursos que nunca se utilizarán estérilmente. Hay muchos cuentos que escribir con destino a los mayores, cuentos que todavía son casi azules.
Lo maravilloso no siempre es igual en todas las épocas; lo maravilloso participa oscuramente de cierta clase de revelación general de la que tan sólo percibimos los detalles: éstos son las ruinas románticas, el maniquí moderno, o cualquier otro símbolo susceptible de conmover la sensibilidad humana durante cierto tiempo. Sin embargo, en estos cuadros que nos hacen sonreír se refleja siempre la irremediable inquietud humana, y por esto he fijado mi atención en ellos, ya que los estimo inseparablemente unidos a ciertas producciones geniales que están más dolorosamente influenciadas por aquella inquietud que muchas otras obras.
El hombre propone y dispone. Tan sólo de él depende poseerse por entero y esto se lo enseña la poesía. Lleva en sí la perfecta compensación de las miserias que padecemos. ¡Se acercan los tiempos en que la poesía decretará la muerte del dinero, y ella sola romperá en pan del cielo para la tierra! Preocupémonos tan sólo de practicar la poesía. ¿Acaso no somos nosotros, los que ya vivimos de la poesía, quienes debemos hacer prevalecer aquello que consideramos nuestra más vasta argumentación.
Es preciso aceptar una gran responsabilidad, si uno pretende establecerse en aquellas lejanas regiones de la imaginación poética en las que, desde un principio, todo parece desarrollarse de tan mala manera, y más todavía si uno pretende llevar al prójimo a ellas. De todos modos, el caso es que uno nunca está seguro de hallarse verdaderamente en ellas.
Comentarios
Publicar un comentario